La niña, porque aparenta ser una niña, ya es sin embargo una mujer de gin tonics a medianoche, de roces con hombres con galones y necesidades perentorias. También es un pelín inconsciente, bastante morena y por momentos cínica. Es una de esas mujeres que duermen desnudas cuando quieren que las ames, y también de las que te muestran desprecio cuando se enfadan.
María es tan bella, que le sientan bien hasta las muñecas sin pulseras, las orejas sin pendientes y el cuello sin colgantes. No necesita nada para ser bella: es leve, más ligera que el aire, vuela alto con la imaginación. Se distancia de la tierra, de su ser terreno hasta que sus movimientos son tan libres como insignificantes, hasta que ya no la vemos y desaparece. Hasta que de nuevo asoma, vulnerable, asustada y sorprendida, para tensar el nudo y racionalizar sus emociones.
María hace que a veces me duela el alma. Muy hondo. Hace que la boca me sepa a hiel. Muy amarga. Y sin embargo, la quiero.
Nintae San
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