Hace unos días dejamos a los dos sospechosos del Dilema del Prisionero meditando qué actitud tomar ante la propuesta que les había formulado el comisario de policía. La cuestión es que los dos saben que a ambos se les ha hecho la misma propuesta, y saben también que la otra persona actuará de un modo racional. Tan racional como ellos mismos.
Imaginemos cómo deben estar pensando los sospechosos:
1. Confesar el delito significa traicionar a mi compañero, qué duda cabe, pero es la única opción de quedar en libertad. Claro que si él confiesa también el delito, ambos cumpliremos una pena de 6 años de prisión.
2. No confesar es la forma de colaborar entre nosotros, encubriendo el delito. En el caso de que mi compañero también colabore, únicamente podrán condenarnos a una pena mínima de 6 meses. Pero si decide traicionarme, seré condenado a la pena máxima de 10 años de prisión.
A priori parece claro que lo más conveniente es confesar el delito. La traición es la única forma de salir en libertad, que es lo mejor que le puede pasar a cada uno de ellos. De hecho, con su propuesta, el inspector está animando a confesar. Sin embargo, esta situación tiene un problema: la condena a cada uno de ellos dependerá de lo que decida el otro. Si para uno lo más razonable es traicionar, también lo es para el otro. Si ambos confiesan, terminan consiguiendo el segundo peor resultado posible: 6 años de cárcel para cada uno de ellos. Quizás los más razonable sea no confesar, ayudarse entre si con el silencio y así conseguir el segundo mejor resultado posible: 6 meses de cárcel para cada uno. Pero si uno no confiesa y lo más razonable para el otro es confesar, este último traicionará y se aprovechará de la buena disposición del primero, consiguiendo salir libre y condenando al otro a 10 años de prisión. El inspector es muy astuto! Con su propuesta hace depender las decisiones individuales de terceros, no saben lo que van a hacer cada uno y no consiguen encontrar una solución. ¿Puede ser que no exista una solución razonable?
Como podemos observar, la situación varía de forma sustancial si el enfoque del asunto es desde un punto de vista puramente individual (egoísta) o desde un punto de vista social o común (altruista). Si sólo pienso en mí, me interesa ser egoísta, pero si lo somos todos, salimos mal parados. Por el bien de ambos, es mejor ser altruista, pero entonces, el interés individual me aconseja traicionar. Este círculo vicioso nos tortura y no parece posible encontrar una opción sobre la que pueda sentarse la razón. Un opción estable de equilibrio. Esta fue precisamente una de la aportaciones más importante de John Forbes Nash a la Teoría de Juegos: hay una solución de equilibrio en la que todos consiguen su mejor resultado, no individual, sino colectivo. Esta solución, en el caso del Dilema del Prisionero, es evidentemente, guardar silencio, renunciar a la mejor solución individual para que los dos puedan disfrutar de una situación de equilibrio beneficiosa para ambas partes. Gracias a la colaboración podemos conseguir el segundo mejor resultado, que no está nada mal. Nash propone para resolver situaciones de este estilo adoptar Estrategias Evolutivamente Estables (EEE): con ellas trabajan los modelos económicos y se pueden entender algunos esquemas evolutivos biológicos.
Nintae San
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